“Un filme no hace la revolución. Un hombre solo tampoco. Pero un filme y un hombre, perfectamente, pueden hacer que la revolución comience”
Roberto Fernández Retamar
Sin dudas, la escenografía de una película es muy importante, aunque Lars Von Trier haya logrado que nos olvidemos de ella y le creamos igual.
Reducir la Patagonia a escenografía sería, sin embargo, no admitir que la construcción de ésta como espacio está atravesada por discursos, luchas de poder, jerarquías y una historia que la ha prefigurado. “Los paisajes adquieren a menudo cualidades “morales” que los convierten en decorados más que en realidades geográficas, y los indios –de papel- se imaginan de acuerdo al logos occidental, representando un drama al que nunca quisieron asistir” dice Bernabéu.
Aquí retomo algunas hebras de ese entramado, que son por demás discutibles e insuficientes, pero que han legitimado otros tantos discursos de dominio sobre la Patagonia, también desde el cine. Este ejercicio invita a pensar la necesidad de obras cinematográficas (ficciones, documentales, etc) que se alejen de películas del estilo de “La edad del Sol” (película protagonizada por Soledad Pastorutti).
Hebras
La Patagonia según Darwin
La visión darwiniana del territorio patagónico, ni inocente ni demoníaca, sino propia de un hombre de su época que elaboró un discurso servil a los intereses de su clase, no es anacrónica. Navarro Floria, investigador del CONICET, explica que Darwin y otros (Cook y Wilkes, por ejemplo) “le hablan (…) a la naturaleza. Le hablan desde su cultura, (…) con sentido pragmático y preceptivo, desde su mentalidad constituida por una cierta moral, desde una determinada experiencia social, desde la adhesión a un modelo económico industrialista”. Esa evaluación del paisaje, en relación con la utilidad que podría significar para el mundo capitalista y que sólo adquiere la cualidad de útil cuando ese mundo actúa civilizatoriamente sobre él, sigue vigente. Una muestra de ello es el discurso turístico.
Roberto Fernández Retamar
Sin dudas, la escenografía de una película es muy importante, aunque Lars Von Trier haya logrado que nos olvidemos de ella y le creamos igual.
Reducir la Patagonia a escenografía sería, sin embargo, no admitir que la construcción de ésta como espacio está atravesada por discursos, luchas de poder, jerarquías y una historia que la ha prefigurado. “Los paisajes adquieren a menudo cualidades “morales” que los convierten en decorados más que en realidades geográficas, y los indios –de papel- se imaginan de acuerdo al logos occidental, representando un drama al que nunca quisieron asistir” dice Bernabéu.
Aquí retomo algunas hebras de ese entramado, que son por demás discutibles e insuficientes, pero que han legitimado otros tantos discursos de dominio sobre la Patagonia, también desde el cine. Este ejercicio invita a pensar la necesidad de obras cinematográficas (ficciones, documentales, etc) que se alejen de películas del estilo de “La edad del Sol” (película protagonizada por Soledad Pastorutti).
Hebras
La Patagonia según Darwin
La visión darwiniana del territorio patagónico, ni inocente ni demoníaca, sino propia de un hombre de su época que elaboró un discurso servil a los intereses de su clase, no es anacrónica. Navarro Floria, investigador del CONICET, explica que Darwin y otros (Cook y Wilkes, por ejemplo) “le hablan (…) a la naturaleza. Le hablan desde su cultura, (…) con sentido pragmático y preceptivo, desde su mentalidad constituida por una cierta moral, desde una determinada experiencia social, desde la adhesión a un modelo económico industrialista”. Esa evaluación del paisaje, en relación con la utilidad que podría significar para el mundo capitalista y que sólo adquiere la cualidad de útil cuando ese mundo actúa civilizatoriamente sobre él, sigue vigente. Una muestra de ello es el discurso turístico.
¡Visite Patagonia!
Cuando uno ingresa la palabra Patagonia en un buscador (el experimento que menciono se hizo en base al popular “yajú”), de los primeros 20 resultados, “18" son páginas relativas al turismo. A esa venta “menor” de la imagen de la Patagonia como producto o commodity (Dimitriu) le subyace una venta “mayor” de la mercancía, ya no sólo como imagen o lugar de paso, ocio o entretenimiento. Venta de recursos naturales, extensiones de tierra, derechos de explotación y acceso, entre otros. Ambos discursos se coadyuvan en la tarea de reforzar la idea de que el desarrollo debe necesariamente lograrse a la manera de “ellos”, porque “nuestra” manera es salvaje, incivilizada, retrógrada.
No hay colorín colorado
Retomando a Navarro Floria, es bueno recordar que las ideas de misters como Darwin fueron adoptadas como basamento científico por dirigentes nacionales de la talla de Mitre y Sarmiento, para justificar el exterminio de las culturas y pueblos que habitaban este “desierto”. Estas “distintas concepciones del desierto” (López, Gatica) vuelven a invisibilizar su gente “para destacar sus condiciones excepcionales de biodiversidad, y lo misterioso, vuelve a atrapar a cineastas, literatos, y en definitiva viajeros provenientes de los más remotos rincones que ven animales en proceso de extinción, glaciares en retroceso, dinosaurios, etc".
Al menos desde esta visión zoetrópica, Patagonia es un lugar de resistencia. Particularmente para quienes vivimos aquí. La sentencia de “tierra maldita” o de “lugar de ensueño”, este declarado espacio desierto de civilización, explotable, utilizable, necesita de una nueva lectura. El cine muestra algo de esa concepción desde la archifamosa “Patagonia Rebelde”, que nos recuerda como este sur fue alguna vez deposito de “subversivos” hasta documentales más recientes hechos por propios y ajenos como “La noche eterna”, “Prohibido dormir”, “La Pueblada” o “Ecología: moda o negocio”.
Claro que la Patagonia no es una temática única para un/a realizador/a patagónico/a. Tampoco para quien la observa desde otro lugar. Pero si es válida y necesariamente recuperada.
Entonces, el sur es, además de escenografía, espacio. Espacio con historia, raíces, prácticas culturales, conflicto de poderes y procesos sociales propios. Es eso lo que “nos vale” que sea contado.
Retomando a Navarro Floria, es bueno recordar que las ideas de misters como Darwin fueron adoptadas como basamento científico por dirigentes nacionales de la talla de Mitre y Sarmiento, para justificar el exterminio de las culturas y pueblos que habitaban este “desierto”. Estas “distintas concepciones del desierto” (López, Gatica) vuelven a invisibilizar su gente “para destacar sus condiciones excepcionales de biodiversidad, y lo misterioso, vuelve a atrapar a cineastas, literatos, y en definitiva viajeros provenientes de los más remotos rincones que ven animales en proceso de extinción, glaciares en retroceso, dinosaurios, etc".
Al menos desde esta visión zoetrópica, Patagonia es un lugar de resistencia. Particularmente para quienes vivimos aquí. La sentencia de “tierra maldita” o de “lugar de ensueño”, este declarado espacio desierto de civilización, explotable, utilizable, necesita de una nueva lectura. El cine muestra algo de esa concepción desde la archifamosa “Patagonia Rebelde”, que nos recuerda como este sur fue alguna vez deposito de “subversivos” hasta documentales más recientes hechos por propios y ajenos como “La noche eterna”, “Prohibido dormir”, “La Pueblada” o “Ecología: moda o negocio”.
Claro que la Patagonia no es una temática única para un/a realizador/a patagónico/a. Tampoco para quien la observa desde otro lugar. Pero si es válida y necesariamente recuperada.
Entonces, el sur es, además de escenografía, espacio. Espacio con historia, raíces, prácticas culturales, conflicto de poderes y procesos sociales propios. Es eso lo que “nos vale” que sea contado.