¿Puede un documental hecho entre Francia y Estados Unidos alertarnos sobre otras situaciones locales? Si, puede. De hecho, Mondovino lo hace. Los viejos de Francia no son tan diferentes de nuestros chacareros. Y los lobos de la globalización, que no hacen acepciones geográficas, no se olvidan de nuestra Patagonia.
Mondovino es un documental que pone en tensión dos cosmovisiones. La tradicional, portadora de saberes familiares, locales, singulares, y la moderna-globalizada (o debiera decir posmoderna-globalizada), que deshecha sin más las particularidades, homogeneizando el sabor de un producto, que para el caso es accesorio. En el documental es el vino, pero podríamos poner en su lugar la manzana, la pera, el tejido, las artesanías, la miel, etc.
En pocas líneas, la película desnuda el conflicto entre los pequeños productores en hermosos vallecitos franceses y los grandes empresarios (los Mondavi), además de denunciar una espantosa estrechez de lazos entre consultores de vinos (Rolland, por ejemplo), críticos que pueden hundir una marca o elevarla a la gloria (como el periodista Parker) y la “prestigiosa” revista Wine Spectator que oficia de juez de sabores y aromas (para la que casualmente escribe Parker). Esta situación se extiende hasta nuestro norte, específicamente en Cafayate.
La intervención de los especialistas en vinos, antes que mejorar la producción de las bodeguitas provincianas, está homogeneizando prácticas (la milagrosa microoxigenación) y poniendo en riesgo el “terroir”, esa particularidad casi mística que la tierra le transmite al vino, y le da un sabor singular a las bebidas de las diferentes regiones.
Pienso ahora en nuestro Alto Valle. Pero piense cada uno en las prácticas culturales de su lugar, porque de seguro, las semejanzas están. Pienso en nuestros chacareros, abrumados por las indicaciones de los ingenieros del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), que han eliminado de la faz de la tierra varias especies de manzanas, ajustando los cultivos a las demandas del mercado internacional.
Pienso en el cúmulo de saberes tradicionales que fueron desechados como cosa de poco o ningún valor, y en la mirada desdeñosa de los especialistas en tecnología agrícolas, profundamente ignorantes de la tradición, que ven a nuestros viejos como atrasados o anticuados, tercos resabios del pasado que se niegan al progreso y el desarrollo.
Antes, dice Lewis Mumford en “La ciudad en la Historia”, la agricultura creaba “un equilibrio entre la naturaleza salvaje y las necesidades sociales del hombre”, porque ella “repone deliberadamente lo que el hombre sustrae de la tierra; sien do el campo arado, el huerto bien cuidado, el viñedo apretado, los vegetales, los cereales y las flores ejemplos de propósito disciplinado, de crecimiento ordenado y de belleza de forma”. A partir de la práctica agrícola se introducen “mejoras acumulativas en el paisaje y una adaptación más delicada de éste a las necesidades humanas”.
Tristemente, este espacio fue tomado por la fuerza del capital, incorporando maquinarias, créditos, semillas, innovaciones que vuelven al chacarero un sujeto dependiente del empresario (del empaque, por ejemplo).
Una (aparentemente innecesaria) referencia personal
Mondovino es un documental que pone en tensión dos cosmovisiones. La tradicional, portadora de saberes familiares, locales, singulares, y la moderna-globalizada (o debiera decir posmoderna-globalizada), que deshecha sin más las particularidades, homogeneizando el sabor de un producto, que para el caso es accesorio. En el documental es el vino, pero podríamos poner en su lugar la manzana, la pera, el tejido, las artesanías, la miel, etc.
En pocas líneas, la película desnuda el conflicto entre los pequeños productores en hermosos vallecitos franceses y los grandes empresarios (los Mondavi), además de denunciar una espantosa estrechez de lazos entre consultores de vinos (Rolland, por ejemplo), críticos que pueden hundir una marca o elevarla a la gloria (como el periodista Parker) y la “prestigiosa” revista Wine Spectator que oficia de juez de sabores y aromas (para la que casualmente escribe Parker). Esta situación se extiende hasta nuestro norte, específicamente en Cafayate.
La intervención de los especialistas en vinos, antes que mejorar la producción de las bodeguitas provincianas, está homogeneizando prácticas (la milagrosa microoxigenación) y poniendo en riesgo el “terroir”, esa particularidad casi mística que la tierra le transmite al vino, y le da un sabor singular a las bebidas de las diferentes regiones.
Pienso ahora en nuestro Alto Valle. Pero piense cada uno en las prácticas culturales de su lugar, porque de seguro, las semejanzas están. Pienso en nuestros chacareros, abrumados por las indicaciones de los ingenieros del INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria), que han eliminado de la faz de la tierra varias especies de manzanas, ajustando los cultivos a las demandas del mercado internacional.
Pienso en el cúmulo de saberes tradicionales que fueron desechados como cosa de poco o ningún valor, y en la mirada desdeñosa de los especialistas en tecnología agrícolas, profundamente ignorantes de la tradición, que ven a nuestros viejos como atrasados o anticuados, tercos resabios del pasado que se niegan al progreso y el desarrollo.
Antes, dice Lewis Mumford en “La ciudad en la Historia”, la agricultura creaba “un equilibrio entre la naturaleza salvaje y las necesidades sociales del hombre”, porque ella “repone deliberadamente lo que el hombre sustrae de la tierra; sien do el campo arado, el huerto bien cuidado, el viñedo apretado, los vegetales, los cereales y las flores ejemplos de propósito disciplinado, de crecimiento ordenado y de belleza de forma”. A partir de la práctica agrícola se introducen “mejoras acumulativas en el paisaje y una adaptación más delicada de éste a las necesidades humanas”.
Tristemente, este espacio fue tomado por la fuerza del capital, incorporando maquinarias, créditos, semillas, innovaciones que vuelven al chacarero un sujeto dependiente del empresario (del empaque, por ejemplo).
Una (aparentemente innecesaria) referencia personal
A los viejos chacareros del Valle
Cuando el “nono” (el abuelo gringo) murió, fuimos a vaciar su casa. Allí nos encontramos con un hombre, o con su recuerdo, que no conocíamos. Entre sus pertenencias apareció un cuaderno espiralado, de tapas naranjas, que tenía notas suyas. Creo que fue una tía quien lo encontró y cuando lo hizo, nos llamó y comenzó a leernos lo que estaba escrito. En ese cuaderno estaba registrado el primer brote de las plantas, la primera flor, el primer fruto, los cambios de la temperatura y del color de las hojas. Seguramente para el “nono” no significó más que una herramienta de trabajo, un espacio para dejar sentados datos que le ayudarían en su labor. No sé que se fue de ese cuaderno...
Ninguno de los hijos de mis abuelos, todos chacareros, siguieron “trabajando la fruta”. En cuanto pudieron, mudaron sus cosas a la ciudad y trataron de mirar hacia delante, porque el futuro les ofrecía “esperanzas aún mayores” (BERGER). Como éstas, miles de historias similares en el Alto Valle. Historias que además terminaron por vencer la férrea oposición a la mudanza hacia el futuro, como ocurrió con mi “nono”, que viejo y sin la “nona”, tuvo que abandonar su tierra, que nunca fue suya a los efectos legales, pero a la que había dado su vida, para reemplazarla por una casita en la ciudad.
Esa casa le hizo el tiempo más largo y el espacio más incomodo. Salvó las distancias aprovechando el patio grande y soleado, que llenó con viñas, plantas trepadoras, arbolitos y por supuesto, una quinta. Pero dudo mucho de que alguna vez se haya sentido realmente parte de ese paisaje.
Todavía hay en nuestra región unos varios miles de chacareros. Ellos también resisten. No hablo de los grandes propietarios, sino de los dueños de pequeñas chacras de subsistencia. Personas que todavía trabajan con un mínimo de tecnología moderna, que soportan como heridas en carne propia el golpe de la piedra sobre la fruta, el frío inesperado de las heladas, la intromisión de los ingenieros.
Ahora, en lugar de escuchar el ciclo murmurante de la naturaleza, dan oídos a los imperativos del mercado mundial. Como escribe Berger, “por mucho que se considere que las malas cosechas son una fatalidad del destino, o que el amo/propietario lo es debido al orden natural de las cosas, independientemente de las explicaciones ideológicas que puedan ofrecerse, el hecho básico está claro: ellos, que pueden alimentarse a si mismos , se ven obligados a alimentar a los demás”. Lentamente, ese orientar sus esfuerzos a cumplir con el mercado, lo ha llevado a contraer deudas que la naturaleza no le va a reclamar, por ejemplo las deudas por el canon de riego. Así, cada año, muchas chacras son rematadas y transformadas en casas quintas, barrios privados, etc.
Berger dibuja este paisaje al decir que el papel histórico del capitalismo es destruir la historia, cortar todo vínculo con el pasado y orientar todos los esfuerzos y toda la imaginación hacia lo que está a punto de ocurrir”. Los chacareros pasan a ser “atrasados, es decir, portadores del estigma y la vergüenza del pasado”.
Recordaba la escena en la cocina de la casa del “nono”. Recordaba que luego de leer unos renglones de esas notas, alguno de los tíos comentó en voz alta: “Mira las pavadas que escribía el viejo”. Recorrió el rostro de todos sus hijos una vergüenza artificial, que venía de ese futuro promisorio, que huía de ese pasado que era necesario olvidar. Después no supe más de ese cuaderno...
*Todas las referencias a John Berger fueron extraídas de “Puerca tierra: epílogo histórico”, Ed. Suma de Letras, España, 2001.
**El tema “Chacarero” que acompaña el artículo forma parte del repertorio del cantautor rionegrino José Luís Álvarez.
Ninguno de los hijos de mis abuelos, todos chacareros, siguieron “trabajando la fruta”. En cuanto pudieron, mudaron sus cosas a la ciudad y trataron de mirar hacia delante, porque el futuro les ofrecía “esperanzas aún mayores” (BERGER). Como éstas, miles de historias similares en el Alto Valle. Historias que además terminaron por vencer la férrea oposición a la mudanza hacia el futuro, como ocurrió con mi “nono”, que viejo y sin la “nona”, tuvo que abandonar su tierra, que nunca fue suya a los efectos legales, pero a la que había dado su vida, para reemplazarla por una casita en la ciudad.
Esa casa le hizo el tiempo más largo y el espacio más incomodo. Salvó las distancias aprovechando el patio grande y soleado, que llenó con viñas, plantas trepadoras, arbolitos y por supuesto, una quinta. Pero dudo mucho de que alguna vez se haya sentido realmente parte de ese paisaje.
Todavía hay en nuestra región unos varios miles de chacareros. Ellos también resisten. No hablo de los grandes propietarios, sino de los dueños de pequeñas chacras de subsistencia. Personas que todavía trabajan con un mínimo de tecnología moderna, que soportan como heridas en carne propia el golpe de la piedra sobre la fruta, el frío inesperado de las heladas, la intromisión de los ingenieros.
Ahora, en lugar de escuchar el ciclo murmurante de la naturaleza, dan oídos a los imperativos del mercado mundial. Como escribe Berger, “por mucho que se considere que las malas cosechas son una fatalidad del destino, o que el amo/propietario lo es debido al orden natural de las cosas, independientemente de las explicaciones ideológicas que puedan ofrecerse, el hecho básico está claro: ellos, que pueden alimentarse a si mismos , se ven obligados a alimentar a los demás”. Lentamente, ese orientar sus esfuerzos a cumplir con el mercado, lo ha llevado a contraer deudas que la naturaleza no le va a reclamar, por ejemplo las deudas por el canon de riego. Así, cada año, muchas chacras son rematadas y transformadas en casas quintas, barrios privados, etc.
Berger dibuja este paisaje al decir que el papel histórico del capitalismo es destruir la historia, cortar todo vínculo con el pasado y orientar todos los esfuerzos y toda la imaginación hacia lo que está a punto de ocurrir”. Los chacareros pasan a ser “atrasados, es decir, portadores del estigma y la vergüenza del pasado”.
Recordaba la escena en la cocina de la casa del “nono”. Recordaba que luego de leer unos renglones de esas notas, alguno de los tíos comentó en voz alta: “Mira las pavadas que escribía el viejo”. Recorrió el rostro de todos sus hijos una vergüenza artificial, que venía de ese futuro promisorio, que huía de ese pasado que era necesario olvidar. Después no supe más de ese cuaderno...
*Todas las referencias a John Berger fueron extraídas de “Puerca tierra: epílogo histórico”, Ed. Suma de Letras, España, 2001.
**El tema “Chacarero” que acompaña el artículo forma parte del repertorio del cantautor rionegrino José Luís Álvarez.
Ficha de Mondovino
Documental de Jonathan Nossiter
Título original: Mondovino
Género: Documental
Director: Jonathan Nossiter
Guionista: Jonathan Nossiter
Origen: Argentina - Italia - Francia - EE.UU
Año: 2004
Duración: 130
1 comentario:
Vane: Muy buena la referencia para Mondovino, también la relación con la realidad regional.
La diferencia entre las tradiciones de los vinos también se ve en los supermercados, en los precios de los más artesanales (curiosamente bastante baratos), contra los nuevos, modernos e industrializados. ¿Será porque son fahsion wines?
Muy bueno el blog,
Saludos,
Seba
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